miércoles, 4 de enero de 2012

Dos hombres, mucha carne y un parrillero

Dentro de las convenciones o simplemente las costumbres que nos vienen desde la éopca de los cavernícolas, está el hecho de la unión casi eterea entre hombre y fuego.
Ese elemento por el que debe sufrir eternamente Prometeo es algo por lo que sufren y también son felices los asadores contemporáneos.
Esta víspera de fin de año, como de costumbre, el asador designado fue mi tío, con la habitual compañía de mi padre que ameniza la faena con chistes y análisis de temas que van desde el clima hasta el futuro del Mercosur.
Antes de comenzar el primer escollo fue el encendido del fuego pero después de papelería, keroseno y voluntad en pocos minutos ya estaba ardiendo. (yeah!)
Para el bien de los comensales, este año en particular iban a implementar un par de chapas, como medio para atenuar la intensidad del fuego sobre la carne y de esa manera no carbonizar la carne.
El tema de las chapas fue toda una aventura en sí mismo. En un momento fui a ver a los asadores con la picada y al instante siguiente la mano de mi padre estaba cubierta en sangre por haber cortado la dichosa chapa. Cabe destacar que faltó poco para que termináramos en la sala de emergéncias (la tijera cortaierros estaba afilada).
De todas maneras ambos estaban realizados porque la idea de la chapa estaba funcionando y cubría de manera perfecta el fuego.
Luego de largas disertaciones y movimientos cárnicos estratégicos, en un par de horas logramos comer la carne SIN que esta estuviera casi totalmente carbonizada (como es el clásico de estas fechas en casa).
Como moraleja los asadores avanzaron en su técnica y en lo siguiente se va a poder repetir la hazaña.

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