martes, 1 de septiembre de 2020

Para la vendedora ambulante

 Medea va y viene con sus mercaderías, que ofrece como si fueran tesoros rescatados por los titanes y traídos a sus manos.

Lleva y trae vellocinos.

Las caras inexpresivas de los pasajeros semi dormidos no son nada alentadoras pero ella sigue con una sonrisa estoica, ofreciendo sus fruslerías con la coquetería de su maquillaje y su pelo recogido.

Más de una vez me la crucé en algún cafetín, utilizando el baño durante esas jornadas eternas.

Cuántas veces quise saludarla en un gesto de admiración por tanto decoro y dignidad. Siendo para mi una luchadora invisible ante los ojos urbanos o una más entre el tumulto.